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Escuchar su nombre todavía hace torcer el gesto a holandeses y belgas. Los niños de los actuales Países Bajos y Flandes (Bélgica) estudian en las escuelas, como si de un mantra se tratara, que entre 1568 y 1648 sus compatriotas lucharon contra un monarca tirano y ocupante que los asfixiaba a base de impuestos desde la Corte de Madrid para mantener sus particulares guerras contra Francia, el Imperio Otomano e incluso contra algunos príncipes protestantes alemanes.

Por si esto fuera poco, ese rey opresor quería imponer, con mano férrea y muy poco sutil, la religión católica frente al calvinismo imperante en la zona, valiéndose para todo ello de la sanguinaria figura del Duque de Alba, su brazo ejecutor sobre el terreno. El final de la ocupación llegó tras otro final, el de «La Guerra de los Ochenta años» (1568-1648), ésa que los niños belgas y holandeses maldicen casi a diario en las aulas, propiciando así el nacimiento de sus respectivos países: Bélgica y Holanda.

Felipe II en 1573 por Sofonisba Anguissola. Museo Nacional de El Prado, Madrid

Ese soberano tirano, opresor, centralista y ultracatólico -desde la óptica de la propaganda neerlandesa- no era otro que Felipe II. Y frente a la negra visión que se tenía del monarca en Países Bajos, alentada por las acciones libertarias de su archienemigo Guillermo de Orange, paradójicamente el monarca fue apodado en España el «Prudente«, llegando a modernizar y «estirar» por todos los continentes un imperio dentro de cuyas fronteras «nunca se ponía el sol«.

Felipe II era, sin duda, un tipo curioso y austero en grado superlativo. Maniático del aseo personal y obsesivo compulsivo, cenaba únicamente los viernes, sábados, domingos y víspera de festivos. Gran aficionado a la jardinería y contumaz coleccionista de relojes y armas, tampoco le hizo ascos a la costura, la decoración de interiores y la arquitectura.

De su mística mente e inquebrantable fe católica nació la que durante mucho tiempo sería considerada como la «octava maravilla del mundo«, el Real Monasterio de El Escorial. Se dice que el objeto de tan grandiosa obra fue entregar a Dios una morada digna; un lugar sagrado donde agradecer la intervención divina en la crucial victoria de las huestes hispanas sobre las francesas en la Batalla de San Quintín, acontecida en 1557, además de servir como lugar de eterno descanso para su padre, el emperador Carlos I.

Vista del Monasterio de El Escorial en 1723, por Michel Ange Houasse. Museo Nacional de El Prado, Madrid

De salud muy quebradiza, Felipe II llegó a padecer veintitrés enfermedades en simultáneo, siendo la gota la que martirizó sus últimos años de vida, ya recluido en el imponente monasterio que mandó construir y donde esperó su lenta muerte que llegaría el 13 de septiembre de 1598, a la edad de 71 años y tras más de cincuenta días agonizando.

Monasterio y rey van, como vemos, unidos de forma indisoluble. Uno no puede entenderse sin el otro, y viceversa. Es por ello que una peculiar iniciativa público-privada, con proyección cultural, artística y hasta gastronómica, ha reafirmado todavía más, si cabe, esa unión secular.

En esta iniciativa intervienen Alsa, el operador español líder en transporte de viajeros por carretera y encargado de la gestión y operativa, el Gobierno autonómico madrileño, la Fundación Ferrocarriles Españoles, el municipio de San Lorenzo de El Escorial y el apoyo de Patrimonio Nacional.

Panorámica del Real Monasterio de El Escorial. Comunidad de Madrid, España

Esta colaboración a varias bandas pretende un turismo de calidad que a su vez permita conocer de primera mano esa joya arquitectónica cual es el Monasterio de El Escorial, el símbolo máximo del sueño imperial de Felipe II, además de las Casas de Oficios adyacentes y otros espacios de gran interés repartidos por el municipio.

Un tren perfectamente restaurado, compuesto por cuatro coches históricos y tirado por una locomotora diésel de los años sesenta del siglo pasado, traslada al curioso e interesado por la historia desde el centro de Madrid hasta el Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial, en plena Sierra de Guadarrama, a 1028 mts. de altura, dentro de un entorno natural de primer orden, a los pies del reforestado monte Abantos y dentro de la Comunidad de Madrid.

El Tren de Felipe II, nombre con el que se ha bautizado a esta joya sobre raíles, forma parte de los Trenes Patrimonio de la Comunidad de Madrid. Sus cuatro vagones son originarios de los años cuarenta del siglo pasado, vagones que tras una rigurosa y mimada restauración realizada en el año 2016 permite al viajero realizar el sueño de imbuirse por unas horas en el túnel del tiempo.

La travesía histórico artística culmina unos cincuenta minutos después de la salida del tren desde la estación madrileña de Príncipe Pío. Ya en la estación de San Lorenzo de El Escorial, un autobús de la compañía Alsa traslada a los turistas hasta la joya renacentista del Siglo de Oro español, el imponente monasterio, además de la real villa.

Tren de Felipe II
Crédito imagen: Daniel Luis Gómez Adenis / Flickr

Esta ingente y descomunal obra cumbre del renacimiento español fue promovida por el rey Prudente y ejecutada por su arquitecto de confianza, Juan Bautista de Toledo, autor de la Traza Universal, el diseño original del conjunto, si bien éste murió en 1567 sin ver acabado todo el complejo palaciego y monacal. Le suceden Giovanni Battista Castello, entre 1567 y 1569, y Juan de Herrera, a partir de 1572, en la reorganización y ejecución de todo el proyecto que finalizaría en 1584, tras veintiún años de duros trabajos.

Juan de Herrera rediseña buena parte del conjunto con un exhaustivo rigor geométrico que acabaría transfiriendo al monasterio ese aspecto de estructura recia, limpia, voluminosa, rectilínea y con una depuración absoluta de elementos decorativos.

El resultado final, el que podemos contemplar en nuestros días, fue tan contundente como audaz en aquellas postrimerías del siglo XVI y ello dio lugar a un nuevo estilo de arquitectura, dentro de la etapa última del renacimiento español, que recibiría el nombre de «herreriano«, en alusión a su creador.

Fachada sur del Monasterio de El Escorial y el Jardín de los Frailes

Los números rubrican la excepcionalidad de esta magna obra arquitectónica. Ocupa una extensión de más de 33mil m2 que acogen un palacio real, basílica, biblioteca, convento, colegio y cripta real, donde reposan -con alguna excepción- todos los monarcas españoles, tanto de la dinastía Austria como Borbón.

Nueve torres, cuatro mil estancias, más de dos mil seiscientas ventanas, mil doscientas puertas, ochenta y nueve escaleras, dieciséis patios y mil seiscientos cuadros -algunos con «firma tan vip» como la de Tiziano, Tintoretto, El Bosco o José de Ribera-, acreditan la dilatada lista de guarismos de esta soberbia y excelsa construcción arquitectónica.

LA UNESCO DECLARÓ EL MONASTERIO Y SITIO DE EL ESCORIAL COMO PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD EL 2 DE NOVIEMBRE DE 1984


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